Cada vez que evitamos poner un límite, sacrificamos un poco de nuestro bienestar en favor de los demás. Afortunadamente podemos empezar a sentar las bases para hacerlo.
Cada vez que no ponemos un límite, estamos dando prioridad a los demás a costa de nuestro bienestar. No saber decir que no, nos deja agotados físicamente y emocionalmente, y esto genera resentimiento y frustración.
A muchas personas nos cuesta poner límites, ya que hemos sido educados para complacer a los demás y buscar la aprobación externa.
Aprendemos que decir «no» es egoísta o malo, cuando en realidad la bondad no implica sacrificar nuestras propias necesidades por completo.
Además, si tenemos una baja autoestima, o miedo a que nos rechacen, es probable que nos cueste mucho más.
El problema se intensifica cuando hay personas que se aprovechan de nuestra disposición, dando lugar a a relaciones desequilibradas y poco satisfactorias.
Para establecer líneas rojas, la clave no consiste solo en saber que debes poner límites, sino entender cómo hacerlo y aprender a vencer lo que te lleva a la inmovilidad.
En este sentido, es fundamental trabajar ciertos aspectos:
Sin embargo, es crucial cambiar esta dinámica y comenzar a darle prioridad a nuestras propias necesidades. Para ello, tenemos que identificar de manera detallada qué es para nosotros lo importante, qué priorizamos y cuándo pueden entrar en conflicto.
La asertividad consiste en defender tus derechos sin violar los de los demás. Se trata de un equilibrio entre expresar tus propios deseos de manera firme y respetar el espacio de los demás, sin generar confrontación innecesaria.
Reconocer que tu bienestar tiene la misma importancia que el de los demás es un paso fundamental en el proceso de establecer límites. La empatía contigo mismo te recuerda que es válido y necesario cuidarte primero.
Sin embargo, es fundamental aprender a tolerar ese malestar momentáneo para establecer y mantener límites saludables.
La capacidad de manejar la incomodidad que surge al poner límites te fortalece y evita que vuelvas a caer en patrones de complacencia por miedo a la confrontación o al rechazo.