A los 17 años, decidí empezar una dieta para sentirme mejor con mi cuerpo. Al principio, solo quería comer más sano, pero rápidamente me obsesioné.
Comencé a contar cada caloría y a evitar cualquier comida que no fuera parte de mi estricto plan. Lo que empezó como un cambio positivo se convirtió en una regla inflexible en mi vida. A medida que perdía peso, me sentía atrapada en un ciclo de restricción y control. Me aislé de mis amigos y mi familia porque la comida y las reuniones sociales me generaban ansiedad. Mi vida giraba en torno a la comida y el ejercicio, y no podía escapar de esos pensamientos obsesivos.
El momento crítico llegó cuando me desmayé debido a la falta de nutrientes. Me di cuenta de que lo que había comenzado cómo una simple dieta se había transformado en algo mucho más peligroso. Con la ayuda de mi familia, busqué tratamiento y empecé a trabajar en mi relación con la comida y en aceptar mi cuerpo tal como es.