Diego, un arquitecto de 37 años, sufrió su primer ataque de pánico en medio de una presentación importante.
Mientras explicaba su trabajo, empezó a marearse, su corazón se aceleró y una oleada de pánico lo sumergió. Excusándose ante sus compañeros, se refugió en la azotea del edificio hasta calmarse.
Los ataques siguieron aparenciendo en momentos imprevistos: reuniones, cenas, incluso en la tranquilidad de su estudio.
Diego se volvió un experto en buscar espacios abiertos y evitaba a toda costa aglomeraciones o el trasporte público.
Todas las estrategias de seguridad y evitación le limitaban hacer cosas o disfrutar de situaciones que antes del primer ataque no suponían un problema.